lunes, 28 de junio de 2010

Una ayuda para los que menos tienen: el comedor de la iglesia "redonda" de Belgrano

Crónica de una visita a un comedor comunitario en pleno barrio de Belgrano. Quiénes son los voluntarios, qué ofrecen, cómo ayudar.

Por Jonathan Cahn

Son las 6 de la tarde, las ollas gigantes están en el fuego, los voluntarios se mueven de un lado al otro muy apurados ya que en una hora llegarán los “huéspedes” al comedor diario de la iglesia inmaculada Concepción, conocida como La Redonda, ubicada en el barrio porteño de Belgrano. Hoy, el menú del día es guiso y su aroma se distingue por todo el salón. Este comedor comunitario funciona hace diez años con la ayuda de Caritas, del restaurante Siga la Vaca, Molinos y de la gente que asiste a la iglesia, que alberga cada día alrededor de 80 hombres mayores de 30 años. “Al principio se daban sándwiches pero ahora hay fideos, arroz, lentejas y carne. Después una fruta de postre y para la sobremesa: galletitas con mate”, contó Jorge que desde 2003 es el coordinador y uno de los ocho voluntarios del comedor en los días miércoles.

El clima en la cocina es muy agradable, los voluntarios se muestran felices de la tarea que aceptaron luego de escuchar la propuesta en los avisos parroquiales. “Vine un verano por diez días y al final me quede. Hace dos años que estoy y lo que más me gusta es el compromiso de formar un grupo para ayudar a los que más lo necesitan”, contó Estela, una mujer canosa con anteojos.
Los integrantes del grupo a pesar de estar muy comprometidos con la causa tienen otras obligaciones. Como es el caso de Laura Juárez, la co-coordinadora del comedor, que es dueña y gerente general de la radio FM Identidad, 92.1.


A las 18.55 baja un policía al subsuelo, donde se encuentra el comedor y le señala a los organizadores que hoy llegaron 75 personas y que los va a hacer pasar. Una fila de hombres desciende la escalera. Saludan. Algunos entregan sus tappers para llevarse la comida sobrante y se sientan en las siete mesas ocupadas con platos y vasos. Los invitados hablan entre ellos y cuando terminan de acomodarse, el Padre Sergio bendice los alimentos. Al finalizar la oración, los voluntarios comienzan a repartir el guiso. Durante unos minutos todo es silencio, solo se escucha el ruido de las cucharas rozando los platos.Entre los "invitados" se encuentra Martín Montellano, un franquero de un garage de Liniers, de 31 años, que viene aquí hace un año y nueve meses. "Muchos vienen al comedor solo a comer pero para mi esto es un lugar de encuentro y amistad. Acá encontré los lazos que no conseguí afuera",finalizó Martín con el estómago lleno y las luces del comedor apagadas.

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